poesia

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Nelson Merren

martes, 14 de septiembre de 2010

SABOR A SOMBRA


SABOR A SOMBRA

He tomado parte en sesudas discusiones
Sobre si la poesía política
Tiene derecho a llamarse poesía
Y comido ancas de rana y horrorosos percebes
Y panes con miel y toras ácimas
Y visto salir el sol y recordar en ese instante
Que los poetas lo han llamado el ojo del día
Y dorado emperador
Y leído deliciosas y cretinas novelas pornográficas
Y dramas en que la virtud es recompensada
Y me he aburrido de tanto día soleado
Y añorado los de lluvia
Y tenido diez días seguidos de lluvia
Y añorado los soleados
Y he hecho cosas indecentes en ciertos parques
Y visto caer la noche y tratado de crear una frase nueva
Y viajado en auto y en ferrocarril
Y comido duraznos y humildes bananos
Y dicho: en cuantos lea todo lo del socialismo
Podre morirme en paz
Y olvídalo de todo con unos vasos de vino
Y bañado desnudo en los ríos como un polinesio
Y dicho: en cuanto vea todas las películas
De esa famosa actriz podre morirme en paz
Y viajado en distintos tipos de aviones
Y dicho: ¡La inventiva del Hombre Blanco!
Y he quebrado espejos grandes
Y tratado de olvidarme de los días amargos
Y dicho: en cuanto pruebe todos los cocteles
Podre morirme en paz
Y sostenido sin creerlo que los hombres fuertes
Tienen poco seso
Y lavado mi cuerpo con jabón perfumado
Y pisado inmundicias en callejones oscuros
Y comprobado que en China el blanco es color de luto
Y echado de mi cabeza a escobazos los días amargos
Y extasiado con los nombres de las estrellas
Altair Vega Sirio Benatsnach Zubeneschamali
Y dicho: ¡que vida tan rica la mía!
Y sonreído de niños descalzos y de vientre hincadas
Que se llaman Cesar Augusto
Y visto que soy prácticamente igual a los chinos
Y a los negros
Y escrito con plumas de ganso
Solo por curiosidad
Y examinado mi espalda y aun más abajo
En un gran espejo
Y examinado mis ojos en un espejo
Y visto algo en ellos infinitamente doloroso
Y recordado toda mi vida
Y visto que no hay nada como el éxtasis negro
De la muerte
Y sentado en parques, bajo el viento helado
Esperando que llegue
Y deseado siempre, con cada latido de mi corazón
La paz que no termina.

EN ESTE POEMA ENCOTRAMOS UN RETRUECANO EN EL VERSO DOCE TRAECE, Y CATORCE TAMBIEN MERREN CRITICA LA POESIA POLITICA, Y SUS VERSON SON LIBRES 


Nelson Merren: Carpe Diem


Ilustración: David, La muerte de Marat

CRITICA A MERREN POR SIGUISFREDO INFANTE

(Discurso de incorporación a la Academia Hondureña de la Lengua)
SEGISFREDO INFANTE
Segisfredo Infante.
Martin Heidgger abanderó la idea que uno de los valores supremos de la filosofía, sobre todo en los pensadores griegos, pre-platónicos, es aquella búsqueda de la verdad, entendida como el “des-ocultamiento” de los hechos atrapados detrás de la apariencia de la realidad. Con Heidegger caemos en la cuenta que la verdad es todo lo contrario de lo obvio, de los prejuicios inmediatos, de los lugares comunes y de la apriorística en general.
Aunque el pensamiento de este escritor alemán en relación con la idea “De la esencia de la verdad” es m mucho más complejo  y profundo que lo que nosotros pudiéramos esbozar en este corto ensayo filosófico-literario, es preciso anunciar que intentaremos deducir alguna cosmovisión –pero sobre todo rastrear la gran obsesión- acerca de la muerte lineada y entrelineada en la obra sintética del poeta hondureño Nelson E. Merren, utilizando el método heideggereano del “desocultamiento” de la realidad poética (en caso que la haya) del fallecido escritor ceibeño; newyorkino por derecho propio. No debemos olvidar que el mismo Heidegger hizo estudios literarios sobre la esencia de la obra poética de Friedrich Holderlin, en un libro poco conocido llamado “Arte y Poesía”. También utilizamos, como contrapartida teórica necesaria, algunos ingredientes complementarios provenientes de la obra filosófica del también escritor alemán contemporáneo Ernst Bloch.
Es honesto y oportuno dejar constancia que el poeta y ensayista Roque Ochoa Hidalgo (QEPD), todavía desconocido en nuestro medio, fue el primer escritor hondureño que utilizó abiertamente el pensamiento heideggereano como posible método de análisis de algunos textos literarios centroamericanos, sobre todo hondureños, que fueron publicados en boletines y revistas universitarias, en prólogos y en forma de folleto. Sin embargo, Ochoa Hidalgo lo hizo desde una perspectiva eminentemente existencialista, combinando el lenguaje del “ser-ahí” de Heidegger con los conceptos del absurdo existencial de Soren Kierkagaard, y de la fatalista “libertad de elección” de Jean-Paul Sastre. Es indispensable resaltar, además, que Martin Heidegger se distanció, críticamente, de los existencialismos franceses sartrianos, aduciendo que éstos eran más literatura que filosofía. En tal caso nosotros utilizaremos la parte medular del pensamiento heideggereano que concierne al develamiento de la historia de la lógica conectada con el concepto de la verdad, como sinónimo emparentado, por lo menos en los antiguos griegos, al “des-ocultamiento” de la obviedad.
Desde nuestro punto de vista la poesía auténtica de cualquier época histórica (la esencial o la de verdadero peso), es aquella que se caracteriza por ser  todo lo contrario de la obviedad lineal o lógica del verso. Por lo menos a propósito de cierto tipo de lógica formal acostumbrada. Esta es una categoría que tiene que ver, de algún modo, con la teoría de las “antinomias” o desviaciones estadísticas del lenguaje poético, según las investigaciones del escritor francés Jean Cohen, publicado en su libro “Estructura del lenguaje poético” de mayo de 1970. Traduciendo este planteamiento a un lenguaje más digerible podríamos afirmar que la verdadera poesía es implícita. O muy raras veces explícita. Igual que en un buen cuadro de Caravaggio, Rembrandt, Velásquez, Goya o Picasso, la obra de arte excelente exige que el lector y el observador viajen hacia la cacería de la imagen aislada, o trenzada, que el artista intentó implicar, esconder o difuminar. Pero para materializar esa cacería se exige, tal como lo sugiere el epistomólogo francés Gaston Bachelard (en varios de sus libros relacionados con la enseñación y la teoría fenomenológica del espacio poético), que el buen cazador cuelgue su hábito de crítico prejuicioso, y se lance como desnudo a la búsqueda intensa de la imagen poética escondida en el bosque “simplista” o brumoso del cuadro o del texto literario.
En tal sentido de cosas poseo la ventaja y la desventaja simultánea de haber observado una sola vez en mi vida al poeta Nelson Merren. No  me une con él más que el vínculo sincero de cierto tipo de poesía contemporánea y la ancestral solidaridad humana. Recuerdo haberlo entrevistado (creo que en la segunda mitad de la década de los ochentas) en un evento de escritores realizado en el edifico de la Escuela Nacional de Bellas Artes, en la ciudad de Comayagüela. La impresión exterior (solamente la exterior) que me causó el escritor fue de un banquete retirado con un temperamento harto difícil, por el escaso don de gentes que tal vez le caracterizaba. Sin embargo, me interesaba conocerlo, aunque fuera fugazmente, porque había leído su poca poesía publicada, en cuyos versos irregulares podía adivinarse el esfuerzo de un escritor nacional por “cosmopolizar” el nuevo verso hondureño. (Debo adelantar que algunos neologismos de mi autoría aparecerán entrecomillados).
Por aquellos días se hablaba mucho, tanto en Tegucigalpa como en San Pedro Sula, de la existencia de un “lobo estepario” de origen catracho que pernoctaba en Nueva York. Dado que nunca había terminado de gustarme la novela de Hermann Hesse referida a un lobo estepario citadino, es decir, un personaje novelesco inarmónico que pervive narcotizándose en los centros nocturnos de las urbes cosmopolitas, me resultaba difícil asociar la imagen del supuesto banquero gris, de formal indumentaria, con la imagen del eterno noctámbulo adolescente de los lugares sórdidos que se aluden, indirectamente, en el poema “Conversación” del Neslon E, Merren. (En todo caso habríamos  preferido, desde nuestro gusto subjetivo, la novela “Siddhartha” y los poemas tiernos, suaves y sugerentes del mismo Hermann Hesse).
Una penúltima consideración para entrar en materia “Nelson-merreana”, es que desde mi atalaya individual la calidad de la mejor poesía de todos los tiempos muy poco tiene que ver con que el autor se declare creyente o ateo respecto de cualquier confesión religiosa. Disponemos de un bagaje de arena en la literatura universal en cuyo largo listado se registran pésimos, regulares y excelentes poemas, salidos de la pluma de los creyentes, de los ateos, de los panteístas, de los revolucionarios, de los coléricos, de los gnósticos y de los agnósticos; e incluso de los sacrílegos y blasfemos. La poesía es de buena o mala calidad según se trate del tratamiento estilístico, de la formación intelectual  de la  profundidad de ideas de cada autor específico. Tampoco define la calidad poética de nadie la escuela, la época o la corriente literaria en las cuales, históricamente, se  hallen en marcados o matriculados los poetas del grupo “equis” o del grupo “ye”. Si  de eso se tratara ningún poema de las crónicas remotas o de las crónicas actuales sobreviviría al paso inexorable del tiempo. Ni  siquiera se salvaría el libro “El Cantar de los Cantares” que se le adjudica al sabio Salomón. Mucho menos las controversiales “Rubaiyat”, o poesía existencial (que NO existencialista) del poeta persa de mediados del siglo doce de la era cristiana, el escéptico e irreverente Omar-el- Khayyán. Pensamos, en consecuencia, que los críticos más serios e imparciales, lo mismo que los estudiosos concienzudos de las literaturas regionales y universales (más específicamente de la poesía), al final de la tarde se desmarcan de los manoseados “ismos” literarios de cada media centuria. O que, en último caso, si recurren a los mismos es por razones puramente metodológicas o cronológicas, bajo el criterio que muy poco tienen que ver con las valoraciones reales de cada obra literaria específica.
La “Divinas Comedia”, por ejemplo, es un enorme monolito de tercetos líricos construido a la perfección por Dante Alighieri, en torno del pecado mortal, del pecado venial, del amor sublime y de la idea católico-cristiana de la luz de Dios. El “Fausto” de Wolfgang von Goethe, es una suerte de irreverencia desencantada (desfondada diría en algún momento el filósofo español Augusto Serrano López) que también merodea en torno del “instante más bello” de Dios.
“El Himno a la Materia” del hondureño decimonónico José Antonio Domínguez (siguiente un poco a Perrcy B. Shelley) es una oda panteísta formidable dedicada, de manera indirecta, a la creación universal. “Los Cantos de Maldoror” del poeta francés Conde de Lautréamont, constituyen la blasfemia perfecta en contra del ben y del mal. Por cierto que, siguiendo hasta cierto punto al “iluminista” Votaire, los poetas franceses de mediados y de finales del siglo diecinueve y de comienzos del veinte, fueron los campeones, de primera línea, en el arte de fabricar sacrilegios y blasfemias anti-católicas de todo tipo. E incluso anti-judías. Empero, conviene aclarar que los blasfemos nunca fueron ateos en un sentido filosófico estricto. El odio, real o fingido, hacia casi todo lo clerical y hacia Dios mismo significó una manera involuntaria de confirmar la existencia de lo que negaban, es decir, la figura intangible de Dios. Juan Ramón Molina, en la Honduras de finales del siglo diecinueve y comienzos del veinte, osciló entre la blasfemia semi-atea de los poetas “malditos” de Francia, y el convencimiento goetheano alemán acerca de la Omnipresencia y Omnisapiencia del Hacedor del Universo. Un ejemplo incontrovertible fue su monumental poema elegíaco “Una Muerta”, dedicado a la memoria de su fallecida esposa.
En el caso de la obra de Nelson Edmund Meren (1931-2007), resulta hasta cierto punto evidente –mucho más en sus cartas que en sus versos-, una cierta subtendencia blasfémica alimentada con dios aparentes derivados, eso sí, de una neurosis aguda y genuina padecida desde su mocedad. Los odios “teofóbicos” fabricados, deliberadamente, por Nelson Merren, se centraron en contra de la existencia declarativa de un santo Papa que fungía en la ciudad Vaticana durante los años sesentas, y en contra del Arzobispo hondureño Monseñor Héctor Enrique Santos (QEPD).mediante el método del “des-ocultamiento” podemos hipotetizar que la “rabia” intelectualizada del poeta Merren, más que una rabia era una angustia desoladora y peleadora que se volcaba en contra de sí mismo. Este odio del poeta Merren puede traerse a colación a propósito del análisis del filósofo Ernste Bloch (en su libro “El Principio Esperanza”) acerca de los adolescentes pequeño-burgueses que a los trece años de edad determinan, un buen día, por desencadenar sus “odios” instintivos en contra de todo lo establecido, sin muchas explicaciones que les respalden. Además, en el caso específico de Merren –lo decimos en tono justificatorio-, se trataba de situaciones  psicosomáticas angustiantes y reiterativas de un escritor más o menos joven que apenas lograba dormitar dos horas cada noche, teniendo que internarse en hospitales psiquiátricos durante largas temporadas, hasta derrumbarse en una subespecie de estado aparentemente cateléptico provocado por el ingrato tratamiento de los electrochoques. (Por otra parte, hay que subrayarlo, Nelson Merren declaró su admiración “gloriosa” por el católico humanista San  Francisco Asís, según consta en una de las catas dirigidas al escritor hondureño José González).
Declaro que al igual que Nelson Merren soy un escritor insomne. Por eso trato de comprender su poesía y sobre todo la forma de mirar los objetos trascendentes de su poesía. Alejándome de algunos lugares comunes de a literatura hondureña, siempre he sostenido que Nelson Merren y Edilberto Cardona Bulnes fueron los principales precursores de la “posmodernidad” poética de la segunda mitad del siglo veinte en Honduras (que NO del posmodernismo post-rubendariano de comienzos del siglo aquí aludido), y que más que un hecho literario constituyó y constituye una actitud cuasi-filosófica ante el mundo actual, en intenso proceso de transición.  Tal actividad precursora es detectable en las rupturas sintácticas y en los giros lingüísticos radicales, aparentemente prosaicos, al momento de abordar los temas más viejos y más nuevos de la literatura nacional y universal. Esta afirmación se encuentra enunciada y ratificada en mi prólogo del poemario “Paciente Inglés, reflexiones en el cine” del 24 de marzo del año 2001.
Ponderando los nombres de los poetas continentales que ambos escritores admiraron y que tal vez les influyeron, es posible que ni siquiera hayan percibido su propia condición de autores posmodernos. Un poco lo ocurrido con Jorge Luis Borges cuyas novedades narrativas y ensayísticas tuvieron que ser redescubiertas y replanteadas –mucho años después-, por el filósofo pos-estructuralista francés Michel Foucault. Creo, por supuesto, que tanto Merren como Cardona Bulnes conocieron (pese a la influencia empalagosa del primer Neruda) las mejores expresiones de la anti-poesía, continental, entre otros textos las obras de Ezra Pound y de Nicanor Parra, que estuvieron difundiéndose con alguna anterioridad a ellos. Y  creo, además, que ambos poetas asimilaron la anti-poesía de diversa manera. Edilberto se encaminó hacia el redescubrimiento novedoso y sostenido de los antiguos temas sublimes, y Neson Merren (influido de manera muy cercana por la primera poesía de Oscar Acosta) se desplazó por el camino de la sencillez del lenguaje aparentemente cotidiano, sin desmarcarse  jamás de su obsesión por los retos de la muerte.
Desde el “Elogio de la muerte”, primer poema suyo que apareció en “Calendario Negro” (libro que circuló en forma mimeografiada allá por noviembre de 1961), Nelson Merren le consagra su poesía al tema trascendente y cotidiano de la muerte. No al mero concepto de la muerte como una entidad abstracta ala cual se llega en un día “lejano” de la vida. No a la muerte como alternativa inexorable ante la existencia del otoño biológico. Tampoco la muerte como la opción del suicida vulgar. Sino la muerte concebida como “el supremo bien”…. Consubstancial al Hombre…Cuando menos al hombre concreto llamado Nelson Merren. Que queda aquí constancia que mucho antes de la revelación de su terrible problema de salud (“neurosis convulsiva”) en una entrevista concedida a José González en 1985, publicada en los números cuatro y cinco de la revista “Estiquirín”, Nelson Merren le había venido confesando al poeta Oscar Acosta, entre 1961 y 1968, acerca de la presencia fantasmal inmediata de un “pozo negro” del cual no lograba salir; de sus eternas noches de insomnio; de sus largas hospitalizaciones, de sus depresiones; de sus pérdidas de memoria; de sus intentos de suicidio y del proyecto pendiente de matarse que, al final de su existencia –parecido al caso de Vargas Vila-, nunca llegaría a materializar. He aquí la paradoja del perfecto amante de la muerte y del eterno suicida que tuvo una existencia más o menos longeva de setenta y seis años, detrás de cuyos predicamentos literarios es honesto rastrear las posturas angustiosas, reales e imaginarias, de un hombre hacedor de versos métricos y escuetos, que vivió enmarañado en la intensa y nunca abandonada tarea de vivir dentro de las entrañas de “la ciudad más ruidosa del mundo”, según la había caracterizado décadas atrás el poeta olanchano Alfonso Guillén Zelaya.
Importa a nosotros –lo habíamos anunciado párrafos arriba-, el ángulo personal en que Nelson Merren solía mirar o acercarse a sus objetos poetizables contemporáneos o cosmopolitas (tales como las ciudades, las gentes, los rascacielos, las avenidas, los libros, los muebles, las chicas, los homosexuales, los amantes, la lluvia, el aire, los parques, los paisajes y las cosas aparentemente intrascendentes), a partir de los cuales podemos inducir y deducir una cierta cosmovisión acerca de la muerte y de lo deleznable de la vida. Importa, en este primerísimo lugar, esa cosmovisión esencial  transformada en obsesión permanente de su diario existir. Secundariamente  nos interesa la calidad posmoderna de su poesía en tanto que consideramos que en este capítulo particular el poeta católico Edilberto Cardona Bulnes le superó, profundamente, con muestras poéticas extraordinarias de alto nivel como “Final del Éxodo”.
Capturemos, entonces, algunos de los mejores versos “Nelson-merreanos”. Los dos o primeros poemas de “Calendario Negro” (1961), al margen de su posible proyecto poético ulterior, se encuentran construidos con perfectos endecasílabos, tentación métrica que reaparecerá, en junio de 1967, en su poema conmovedor “Al comando israelí que lloró junto al Muro de las Lamentaciones”, como una clara indicación de sus preferencias judaicas, al grado que en una de sus cartas dirigidas a José González llegó a confesar que su “único amigo verdadero” en Nueva York(en donde casi nadie lo conocía) había sido un pequeño empresario judío-rumano. (Hay que añadir que otro ejemplo esporádico de estructura silábica,  con versos endecasílabos y de pie quebrado de siete sílabas métricas, es el poema “Invocación” del poemario “Nelson-merreano” citado en este párrafo”).
Aunque pareciera haber leído a algunos filósofos existencialistas –no existe evidencia rotunda de esto-, Nelson Merren cultivó el tema de la muerte al margen de las erudiciones librescas directas o indirectas. El supo, como pocos autores, que la muerte estaba pegada a su pellejo y que al morir penetraría en “la música gigante de la Nada”, olvidándose “de amar conceptos y de ser engañado”. a la par de la muerte el poeta idealizará “un reino estepario” que para el lector avispado será como difícil imaginar en los antros subterráneos de Nueva York, a menos que se trate de un reino instalado en el espíritu tenebroso del poeta. Entre la muerte venidera y el mundo de la estepa imaginaria, Nelson Merren se sincera declarando la intrascendencia de sus conocimientos porque “el sufrimiento es real”, y porque existe “una ciega ecuación para los ojos// y un gran silencio blanco para el pecho”. (O simplemente “porque el dolor es eterno”, como lo afirmaría el poeta judío-italiano Umberto Saba).
Personalmente me gustan los poemas “Sabor a sombra”, “Vieja experiencia”, “Hallazgos”, “Paisaje con un tronco podrido”, “Pasando”, “Al comando israelí que lloró junto al Muro de las Lamentaciones” y algunos fragmentos de los poemas “Esperando”, “Biografías”, “Calendario”, “Mundo de cubos”, “Ciudad nativa”, “Borrador para epitafio”, “Carpe Diem” y “Dibujo No. 24”. En este último poema se advierte que ante la muerte del hombre-niño “no hay escape”, porque de todos modos el niño “va a morir”. Incluso al visitar alguna de esas librerías de viejo el poeta Merren percibía la atmósfera de “algo como sabor a tierra muerta”, y “un vago olor a pavoroso olvido”.
En la obra sintética de Nelson Merren –que como buen precursor intuitivo de la promodernidad hondureña actual, evitará los coloridos de mariposa y las musicalidades excesivas- la muerte, su muerte, se encontrará asociada al color negro o a la ausencia del color que es el mismo negro. Durante toda su vida, “muriendo y reviviendo” literalmente, el poeta escuchará dentro de su abismal conciencia de hombre-niño, “un ronroneo negro de preguntas”. Por eso aprenderá “a platicar con las piedras”, que lo acogerán “en sus dispersas ciudades”, en tanto que “sus respuestas color de aire muerto”, derrotarán “la risa y las diademas del rocío”. He aquí un poeta problemático que habría de rechazar, sin darse cuenta, la razón vital de la filosofía ortegueana y las propuestas utópicas de filósofos como Ernst Bloch, porque nunca tuvo espacio-tiempo para la verdadera sonrisa. Ni siquiera para la amplia sonrisa de las amistades que, en su existencia individual, parecieran haber sido “induraderas”.
No estamos seguros de conocer toda la obra poética de Nelson Edmud Merren; ni mucho menos toda su vida. Es posible que todavía se encuentren algunos poemas desperdigados en periódicos y revistas de por aquí y de por allá. En Diario “El Día, por ejemplo. Nuestras fuentes principales se encuentran en los poemas de “Calendario Negro” reproducidos dentro del libro colectivo “La Voz Convocada” publicado en 1967. Lo mismo que en el libro “Color de Exilio” publicado en dos versiones diferenciadas del año 1970: una de la Escuela Superior del Profesorado “Francisco Morazán”, y otra de Extensión Universitaria de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. Finalmente nos basamos en la compilación de la Secretaría de Cultura, Artes y Deportes, editada bajo el título “Mundo de Cubos” del año 2007, con un prólogo de José Antonio Funes, más la entrevista y la correspondencia antes mencionadas.
De este conjunto conocido de la obra poética de Merren, podemos afirmar que a pesar de la aparente sencillez conversacional y de la escualidez indiscutible de algunos de sus versos, existió una tensión permanente de esfuerzos contrarios entre lo que el poeta decía textualmente y lo que el poeta lograba decir o comunicar. Pero más que decir, insinuar. O quizás ocultar. No sería casual que hubiera recurrido, deliberadamente, a la técnica entrecortada o insinuante de algunos poetas italianos del siglo veinte como Giuseppe Ungaretti, cuya obra llegó a conocer a la perfección. De tal suerte que amén del fatalismo valorativo de la muerte, el poeta supo, retóricamente, sofrenar sus rencores extravagantes, mitigar su falta de empatía y sus angustias concretas, más allá de lo que él mismo hubiese querido manejar. Aquí se torna preciso hablar del deseo de “ser invisible” de ese niño que, según Ernst Bloch, busca ocultarse de sus miedos en los rincones de su patio o de su casa. Y hablar al mismo tiempo del poeta adolescente –en tanto que Merren, desde mi juicio personal, fue un eterno niño-adolescente  durante la mayor parte de su vida- que buscó como ocultarse en el poema aparentemente directo, prosaico y desenfadado.
Las palabras ocultas, o sofrenadas, de Nelson Merren –incluso las amorosas- se le congelaron en la boca o en medio de cada verso aparentemente agresivo que los lectores habremos de adivinar. Fenómeno que tal vez lo emparentó, sin proponérselo, con lo mejor de la poesía española de los años cincuentas. Esto es, con el reseco, sencillo, profundo y a veces melodioso Blas de Otero. Aquí en este punto conviene recordar que la verdad poética se esconde detrás de la aparente sencillez “versual”, porque la creación intelectual es un proceso dinámico de ocultamiento y “des-ocultamiento” de la realidad. Por lo que debiéramos, en consecuencia, evitar caer en las trampas del facilismo interpretativo.
Seríamos injustos al cerrar este ensayo si evitáramos subrayar que Merren se desenvolvió casi toda su vida bajo la influencia directa del intenso quehacer cultural y económico de la ciudad de Nueva York, ya fuera como dentista, paciente de hospitales, lector de poemas, visitante de museos, vendedor de galletas o de bienes raíces, en donde seguramente recibió, tal como lo asegura el excelente poeta hondureño José Luis Quesada, la influencia directa de la mejor poesía estadounidense. No olvidemos que incluso algunos de sus poemas los escribió en inglés. Y que, por abiertas y ocultas razones, se me ocurre asociar la personalidad de Merren con la del poeta y ensayista de mediados del siglo diecinueve norteamericano Henry David Thoreau. Pero también con la de los poetas irreverentes de la generación “beats”, de los años sesentas del pasado siglo veinte, como Gary Snyder y Anne Sexton, a quienes pudo haber conocido personalmente. Desde luego que Merren, aunque tuvo la oscura tentación iconoclasta, evitó caer, cuando menos en sus versos, en las barbaridades declarativas periodísticas tipo John Lennon.
También sería injusto ignorar que el poeta Merren fue uno de los escritores hondureños que postuló a Roberto Sosa “como un “precursor” de la nueva poesía hondureña”. Y ello al margen del hecho que los versos innovadores de Nelson Merren nada tuvieron que ver con el estilo, ni el lenguaje ni tampoco con la posible tendencia ideológica de Sosa. En este punto vale la pena releer a Helen Umaña cuando la importante escritora hondureña sostiene, en su riquísimo libro “La Palabra Iluminada”, que la poesía de Nelson Merren “evidencia el rompimiento de la compostura verbal que regía en la poesía nacional”, añadiendo una página adelante dentro de esta reseña, que “Merren puso en entredicho la ideología al uso y la manera habitual de hacer poesía en el país. Nadie lo había realizado, con esa fuerza y desde parámetros exclusivamente poéticos, hasta sus dos importantes libros. En esto consiste su gran labor de ruptura”.
Por último debemos agregar que a pesar de su gran admiración por algunos autores latinoamericanos que hicieron poesía política, Nelson Merren se preguntó a sí mismo, en un acto de sincero descreimiento, “sobre si la poesía sobre la sinceridad de las posibles asociaciones de escritores hondureños. El asunto central es que después de Juan Ramón Molina el poeta Nelson Merren es el autor hondureño que con mayor convicción y reiteración utilizó las cosas sencillas de su entorno para cultivar el poema como una oda directa e indirecta a favor de la muerte esencial, percibida como un “bien supremo” o hecho consubstancial del Hombre. No había mucho espacio para otros temas y para otro tipo de poesía, pues al final, según la perspectiva “Nelson-merreana”, todos los hombres somos zarandeados como un tronco podrido a merced de los movimientos juguetones del mar.
Como disculpa para una de las facetas del poeta homenajeado en el momento singular de mi incorporación a la “Academia Hondureña de la Lengua”, es necesario recuperar lo que en de sus cuentos más hermosos el escritor nacional Nery Alexis Gaitán advirtió: que “el amor es lo único que importa en la vida”. En tanto que es probable, desde el ángulo de nuestras percepciones, que al poeta Nelson Merren le haya hecho falta recibir y entregar amor sin cortapisas. El amor a una mujer. El amor a un hijo. O el amor supremo a los demás. Incluso el amor a los posibles “enemigos”. De ahí su poesía escueta, desconfiada, taciturna y a veces tenebrosa. Razón suficiente para que nosotros sus paisanos le ofrezcamos el amor fraterno en el tinglado de la posteridad.
Me despido reiterando un profundo agradecimiento por la noble presencia de todos ustedes, en esta fecha memorable en que nos ha convocado el amor, la solidaridad y la misericordia. El amor por la mejor poesía. La solidaridad con el poeta hondureño angustiado. Y la misericordia, judeo-cristiana, con el hombre fallecido.
Infinitas gracias.
Tegucigalpa, M.D.C., viernes 16 de abril del año 2010. DIARIO LA TRIBUNA

ENSAYO
Nelson Merren y su generoso “Carpe diem”





San Pedro Sula.- Con el nombre de “Nelson Merren, ¿el lobo estepario de la poesía hondureña?”, la escritora Helen Umaña emprende el viaje de desgranar la poética de Merren (La Ceiba, 1931- Nueva York, 24 de mayo de 2007). Sin más preámbulo, aquí un compendio de dos grandes visiones, la del poeta con su enorme “Carpe diem” y la de Helen con su análisis significativo.

En la lírica hondureña contemporánea, la obra de Nelson Merren es fundamental. De “Calendario negro” a “Color de exilio”, Merren nos enfrenta a una temática sombría expresada a través de mecanismos formales que -de lo neobarroco a la antipoesía -permiten colegir que, en dichos libros, se encuentra una de las claves del actual quehacer poético de Honduras.

Independientemente de ubicaciones cronológicas, el barroco es exaltación y desequilibrio. Laberinto sígnico de galerías que avanzan, retroceden o se bifurcan en dimensión de profundidad. Es pasión por el mundo vertida en moldes donde la palabra es plenitud. Fuerza que no soporta límites: Dionisos.

Pero lo barroco también es parapeto. Valladar lingüístico frente a la angustia. Disfraz o enmascaramiento de una realidad que lacera. Cobertura -en vorágine inútil de palabras- de hondos socavones del espíritu. Es, en fin, retorcida voluta en espasmo de agonía tratando de detener la irreversibilidad del tiempo. Entrelíneas, siempre Thanatos.

Y en el barroco, el placer y el dolor, generalmente, cabalgan sobre el mismo verso o sobre la misma línea. Palmo a palmo, el sensualismo -necesariamente implícito en el goce que entraña el manejo de la palabra- se proyectará desde las interioridades convulsionadas del hombre. La paradoja y la antítesis surgen, en buena medida, de esa doble instancia, presente casi siempre.

(…)
Evidentemente, en “Calendario negro”, Merren se ciñe a procedimientos artificiosos que le restan frescura global al libro. Fáciles recursos de carácter anafórico, antítesis esquemáticas y una descripción ampulosa donde se abusa frecuentemente del adjetivo y del lugar común.

Sin embargo, ya en “Calendario Negro”, Merren realiza incursiones en una nueva manera de decir. En algunos poemas, sin renunciar a los esquemas de corte tradicional que viene manejando, Merren empieza a socavarlos mediante una inusual sencillez, imágenes insólitas o cortes que destruyen el ritmo excesivamente musical.

El rompimiento se concretará en “Mundo de cubos”. Este poema, fechado en 1962, constituye una muestra realmente novedosa en la poesía hondureña de ese momento. Merren ya no busca imágenes alambicadas. Yuxtapone elementos dispares que rompen el ritmo encasillado en moldes tradicionales. Introduce bruscamente el lenguaje cotidiano y términos considerados no poéticos por la retórica usual. Incorpora palabras de otro idioma. Quiebra la sintaxis lógica del discurso y omite algunos signos de puntuación.

(…)
“Mundo de cubos” es esa la línea de deliberado prosaísmo que, incorporándose a la gran corriente de la antipoesía latinoamericana, no sólo socava una anquilosada manera de decir sino también las bases del edificio social que ha alcahueteado tal uso en el lenguaje. Con nitidez, las formas anticonvencionales, de notas frecuentemente grotescas, han creado la perfecta imagen de una ciudad opresiva, falsa e inhumana.

En “Color de exilio” (1970), Merren acentuará los rasgos esenciales de dicho poema y los cuales, si no me equivoco, le reservarán un buen lugar en la historia de la lírica hondureña, ya que es en esa línea donde entroncan (después de asimilar la gran lección de Roberto Sosa) los más importantes representantes de la nueva poesía hondureña.

Para Merren -lo afirma en “Calendario negro”- el inundo- es "Nada" y sólo merece adjetivos muy duros. Pero esta actitud, aunque nace de un profundo choque social, está visualizada en términos de tipo existencial: la infelicidad y el dolor son connaturales al existir. Esta postura, en sus aspectos básicos, no varía en “Color de exilio”. Sin embargo, en este libro (en germen que ya está en el anterior), el poeta -sin determinar causales- detecta sus efectos en la deshumanización que le golpea tanto. Por ello, en complejidad anímica donde se amalgaman la cólera, la impotencia, el desprecio y la lucidez perceptiva, se da a la tarea de derribar los ídolos que se alzan a su paso. El descreimiento y actitud inconoclasta es total.

Tal postura muestra una de sus facetas más desgarrados en un hecho muy simple: Merren es ajeno a cualquier tipo de esperanza. Ningún respiradero espiritual atempera lo sombrío de su mundo. Estamos frente a uno de los poetas raigalmente más solos de toda la literatura hondureña. En este sentido, la autocalificación de “lobo estepario es certera. Lo es, también por el desconocimiento e incomprensión que existe en torno a su obra.

Pero volviendo a nuestro asunto, vemos que cada poema de “Color de exilio” es la faceta de un mundo de “excrecencias indefinidas” donde no hay lugar para dioses de ningún tipo y en el cual los hombres se ven como “termitas envanecidas, arrogantes, frágiles”. Por ello, entre sus temas tenemos: la omnipresencia del dolor; la desesperanza frente a un mundo absurdo; el horror del nazismo; la insoslayable presencia de la muerte; la imposibilidad de la relación profunda hombre-mujer; la tajante separación entre el yo y el mundo de los demás, etc.

Ahora bien, lo importante desde el punto de vista de la literatura no radica en dichos señalamientos, sino en la solución poética que el autor dio a los mismos: para verbalizar situaciones absurdas e irracionales y que no le merecían ningún respeto, la mejor opción radicaba en la irreverencia formal. En hacer que el signo verbal estallase de sus marcos referenciales cotidianos y que, en su estallido, arrastrase consigo los esquemas poéticos tradicionales. Como vemos, la poesía de Merren se mueve, lo repito, en la vitalizante atmósfera de la antipoesía latinoamericana.

La brusca intrusión de lo conversacional, del lenguaje comercial (con su implícita denuncia de la alienación que representa), el ataque a la respetabilidad acomodaticia o insulsa y el cuestionamiento de los patrones éticos extraídos de libros o revistas de dudoso trasfondo, se evidencian en “Borrador para epitafio”, antipoema verdaderamente antológico.

En el poema que lleva el irónico nombre de “Carpe diem”, Merren rompe toda compostura: hay demasiado dolor y rabia como para no expresarse con la exacta plenitud y riqueza del vocablo soez:



Carpe Diem

Hay días
como una calle entre solares baldíos,
pavimentada y sólo
basuras y malezas a los lados.
Días en que el café y el pan
saben a yeso, a furia seca, a estafa,
ya dispuestos y lanzados desde el periódico
con su político yankee
deteniendo el cortejo
para besar a una niñita birmana
o maternalmente calculando votos
mientras acaricia a un negrito de Harlem.
El jugo de naranja como purga
mientras sonríe con sus quince abriles
una gentil culta filósofa etcétera
damita qué asco
y más allá está el Papa declarando
con una perspicacia turullante
que la situación del mundo es grave.

Atravesar la calle con cuidado
por moderno atavismo,
el mismo gordo vendedor de frutas
con su falsete por lo visto patentado
el vendedor de lotería como una mariposa plañidera
ejercitando su ingenua demagogia
y en la esquina, ya con ojos de camello,
ver otra vez que el Papa
ha prometido orar por las víctimas
del terremoto en Turquía,
y las ganas terribles de gritar ¡mierda todo!
Hasta que se nos sosieguen las glándulas y los dientes.

Días como una carretera
bajo el sol, recta, vacía, interminable.

Merren, bajo la envoltura cínica, crepita de dolor al recordar la barbarie nazi, grita su desprecio ante un mundo de estulticia y superficialidad; levanta su cólera ante la hipocresía y, para no ser agredido, se mete en la piel del lobo que huye a las estepas. Pero termina ubicándose al lado del hombre. Merren –si lo pensamos bien- no es tan lobo estepario como él mismo cree".

Fuente: Literatura hondureña contemporánea, de Helen Umaña/Ilustración: La cara de la guerra, de Dalí

PAISAJE CON UN TRONCO PODRIDO

PAISAJE CON UN TRONCO PODRIDO


Flojo el mar, con pereza
Zarandea constante al viejo tronco.

Cada vez que respira
El mar, lo mueve un poco,
Lo tira más allá, luego lo trae,
Y lleva horas en esto.

En esta pobre costa
Con bloques de cemento carcomido
Y carnaval de latas y papeles
El mar sigue jugando
Sin ganas con el tronco.

Ni el mar se anima un poco,
Y el tronco es un pelele
Resignado a su suerte
Y yo se que lo tres estamos aburridos.

invocacion

INVOCACION 

Mi noche es un jadeo que se alarga
como la voz de un naufrago,

y una estrella me sorbe las retinas
cegadas de ceniza.

Un cielo turbio me promete un cielo
de sombra sumergida

y un roció de cálida salmuera
me rodea los ojos.

Quiero mirar un ramo de azucenas
pero mis ojos fallan,

y siempre que hablo se despeña un aura
De pétalos amargos.

Quiero borrar las sombras apretadas
con mis manos de piedra

y mirar desde un vórtice de espejos
una desnuda imagen de alegría.




ESTE ES UN POEMA ENDECASILAVO Y HEPTASILAVO, TAMBIEN ENCONTRAMOS EN EL QUINTO VERSO UN RETRUECANO, TIENE COMO TEMAS PRINCIPALES TEMAS REVOLUCIONARIOS, ADEMAS QUE MENCIONA MUCHO SOBRE UN NUEVO AMANECER SOBRE LA AMARGURA DE QUERER SE LIBRE Y PODER DAR ESA LIBERTAD CON LAS PROPIAS MANOS Y BORRAR TODO LO MALO QUE SE OCULTA EN LAS SOMBRAS DEOL PASADO

sábado, 11 de septiembre de 2010

Calendario Negro (Nelson Merren) por Gustavo Campos



Por Gustavo Campos
Con la aparición de La voz convocada (1961), nombre que toma la antología de un grupo poético, Nelson Merren (La Ceiba, 10 de diciembre de 1931-New York, 24 de mayo de 2007) da a conocer algunos de los poemas que después incluiría en Calendario negro (1968).

En Antología de la Poesía Latinoamericana 1950- 1970 (1974), elaborada por Ştefan Baciu (Rumania, 1918-1993), conocido por sus estudios y antologías sobre la literatura surrealista latinoamericana, quien tuvo por profesor a Emil Cioran y que además sostuvo amistad con Octavio Paz, aparece Nelson Merren, de quien dice: “su voz se caracteriza por una inquietud humana y por su tono social auténtico, al cual el poeta nunca trata de darle un tono militante. Es posiblemente por esta razón que sus poemas son más representativos para su generación que aquéllos de los poetas sociales.”
Retomo el juicio de Baciu sobre lo representativo de sus poemas, y agrego que no sólo para su generación sino también para las actuales, quizás debido a que “es uno de los primeros poetas hondureños en los que se incorpora el pastiche. La práctica de la intertextualidad con intención sarcásticamente demoledora.” (La palabra iluminada, Helen Umaña).
Rememoro la antología Nueve novísimos poetas españoles (1970), en donde aparecen Leopoldo María Panero, Gimferrer, Ana María Moix, para mencionar algunos nombres, y que mostraba la existencia de un nuevo tipo de poesía cuya tentativa era, según Castellet, la de oponerse –o ignorar- a la poesía anterior. Había en ellos absoluta libertad formal, escritura automática, influencia de los medios de comunicación de masas y del cine (este aspecto me recuerda algunos poemas de El Jonás (1980), de Cardona Bulnes, como ser los que se refieren a Clark Kent, entre otros), para situar un poco la visión de las nuevas tendencias poéticas cosmopolitas y culturalistas que regeneraría el ambiente literario. En este sentido, pienso en la poesía de Merren y en su segundo poemario Color de exilio (1970), en donde se percibe que su visión coincide con la renovación poética de otros países. “Borrador para epitafio”, “Diálogo en el Bronx”, “La filiación” y los Dibujos de Mario Losansky sobre los campos de concentración nazis, en Color de Exilio, y “Mundo de cubos”, “Sabor a sombra”, entre otros, en Calendario negro.
Creo que el hecho de que Merren viviera en Estados Unidos lo acercó a la poesía beat. Él mismo cuenta en cartas su asistencia a lecturas de poesía en ese país. También Parra habrá influido en su obra.

Siempre que he leído a Nelson Merren su autenticidad me ha impresionado. Jamás se impostó, escribió lo que a él le parecía que debía escribir. A pesar de algún tono social encontrado en sus libros, como apunta Baciu, sus poemas no son escritos “para” sino “por” un alma atribulada con una gran destreza y fuerza poética. No intentaba lo que otros hacían en ese tiempo, no se encuentra esa impostura ética de auto nombrarse el gran poeta de los desposeídos y pobres. Al igual que José Luis Quesada han trazado nuevos caminos que seguir. Los jóvenes escritores sintonizan con ellos.

Una vez le pregunté a un poeta nacional, contemporáneo de Merren, qué opinaba de él, me dijo que ahora que lo relee entiende por qué las nuevas generaciones centraban sus ojos más en este escritor, por un largo tiempo olvidado, que en los poetas militantes de turno. Él también sintonizó con su escritura.
Cuando a Alejandra Pizarnik le preguntaron qué opinaba de la poesía política, ella respondió: “Es una mala política escribir poemas políticos”.

CRITICA : COMO LO DICE GUSTAVO CAMPOS LA POESIA SE MERREN ERA MERAMENTE SOCIAL UN POCO INCLINADA A LA POESIA POLITICA LO CUAL PARA ALGUNOS CRITICOS NO LO VEIAN CON MUY BUENOS OJOS COMO ALEJANDRA PIZARNIK

sábado, 4 de septiembre de 2010


ESPERANDO 


El circulo, o lo informe, o
lo que no tiene volumen, pero
que me ofrezca quietud.

Lo imponderable, lo que no tiene dimensiones
pero
que no deje de filtrar ningún recuerdo.

Lo luminoso, plúmbeo, sin que pueda saberlo,
pero que adormezca para siempre
cualquier ansia.

Allí disolveré mi titulo de hombre,
que me hizo candidato para todos los infortunios.
Allí no me agitare con fútiles alegrías
ni con sinceros dolores.
Allí no me olvidare de amar conceptos
y de ser engañado.
Allí mis pasiones se habrán esfumado
y dejaran de zarandearme.
Allí olvidare que el hombre es admirable y perverso
y olvidare mi latitud y el Tiempo.


MERREN SIEMPRE TIENE UNA INCLINACION ASIA LO REVOLUCIONARIO EN DONDE UN HOMBRE PUEDE SER ATROFIADO Y ENGAÑADO POR OTROS QUE TIENEN EL PODER Y ES ALLI DONDE SURGE LA NECECIDAD DE PODER TERMINAR EL SOMETIMIENTO DEL HOMBRE POR OTRO Y DARLE OTRA HISTORIA EN EL TIEMPO.
.
CIUDAD NATIVA
Y me dijo mi madre:
“Fue una mañana invernal
Cuando a mis brazos llegaste.

 Yo te bese muchas veces
Y llore no se porque”.

Esa mañana de Diciembre se hizo camino
Y lo mismo las lagrimas.

Hoy regreso
De un país donde el paisaje
Es solo aire y horizonte.
Regreso a tus montañas,
A tu intacta verdura,
A tus tejados calientes.
Y me siento en los parques
Donde la sombra es móvil,
Y voy hasta la playa
Donde
La luz, de blanca, tiene
Fogonazos azules.

Arena traída y llevada,
¿serás la misma?
En otro tiempo fui, joven grumete,
Por los barrios portuarios
Viendo
Hombres de óptica confusa salir de las cantinas
Y la constancia de las vigas.
Y además de las escarolas del humo
Descifre la ortografía de los navíos,
Y vi la arquitectura del polvo
Subir a las ventanas.
(¡Allí están, no lo sigas,
No cruces corredores
De tinteros antiguos!)

Mi soledad anduvo de rodillas
Por el sol y tus barrios,
Y una piedra insultada
Me crecía por dentro.
Recuerdo para siempre
Cuando quise ser duro
Y resueltamente
Mate mi primer pájaro.

Y el ruido me llevo
Por valles y volcanes,
Penínsulas de cuarzo y playas álgidas.
Y anduve insomne, errante,
Conociendo y viviendo,
Muriendo y reviviendo,
Y en las manos abiertas y desnudas
Un ronroneo negro de preguntas.

Hoy regreso a tus casas
Afanadas y buenas,
Toco cercas con polvo
Y recorro tus calles
Con confeti de baches.

Camino hasta el crepúsculo
De la quieta bahía,
Y el zumbar de preguntas
En el aire simétrico
No sé de qué color tiene.


ES UN POEMA DE VERSO LIBRE, TAMBIEN ENCONTRAMOS EN EL QUINTO VERSO UN HIPERBATON,
ESTE ES UN POEMA NOSTALGICO EN EL QUE MERREN NOS DA A CONOCER QUE EL LUGAR DONDE UNO NACE SIEMPRE SERA EL LUGAR AL QUE SIEMPRE QUERRAMOS REGRESAR ALGUN DIA.

biografia de Nelson Merren

Nacio en La Ceiba el 10 de diciembre de 1931.
Se graduo de Doctor en Odontologia, en la Universidad de Salvador, ejerciendo su profesion en su ciudad natal.
Publico sus primeros poemas en la revista “Honduras Literaria” de la Universidad Nacional Autonoma de Honduras en 1963.
En 1969 obtuvo el Primer Premio Juan Ramon Molina de Poesia de la Escuela Superior del Profesorado Francisco Morazan con el libro “Color de Exilio”.
Pertence al grupo literario “La Voz Convocada” de La Ceiba.
Obras publicadas:
Calendario Negro (Poesia), 1968.
Color Exilio (Poesia), Universidad Nacional Autonoma de Honduras, Coleccion Creacion, Tegucigalpa, 1970.
Color de Exilio, Escuela Superior del Profesorado Francisco Morazan, Tegucigalpa, 1970.